Carta de Juan Manuel de
Rosas a Facundo Quiroga
Extraído de: Chiaramonte,
José Carlos. 1997. Ciudades, provincias, estados: Orígenes de la Nación
Argentina (1800-1846)., Buenos Aires: Ariel.
Mi querido compañero señor don Juan Facundo Quiroga:
[…] Me parece que al buscar Ud. la paz, y orden desgraciadamente alterados, el
argumento más fuerte, y la razón más poderosa que debe Ud. manifestar a esos
señores gobernadores, y demás personas influyentes, en las oportunidades que se
le presenten aparentes, es el paso retrógrado que ha dado la Nación, alejando
tristemente el suspirado día de la gran obra de la Constitución Nacional. ¿Ni
qué otra cosa importa, el estado en que hoy se encuentra toda la República?
Usted y yo diferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones
particulares, para que después de promulgadas entrásemos a trabajar los
cimientos de la gran Carta Nacional.
[…]
Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver
prácticamente que es absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal
porque, entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos
para un gobierno de unidad. […] Después de esto, en el estado de agitación en
que están los pueblos, contaminados todos de unitarios, de logistas, de
aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que
tienen en conmoción a toda Europa, ¿qué esperanza puede haber de tranquilidad y
calma al celebrar los pactos de la Federación, primer paso que debe dar el
Congreso Federativo? En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a
todos los pueblos, ¿quiénes, ni con qué fondos podrán costear la reunión y
permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? Fuera de que si en la actualidad apenas se
encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que hayan de
dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a
ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos?
[…]
En una
palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo
destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa, y si es sensible su falta, es mucho
mayor su caída, porque nunca sucede ésta sino convirtiendo en escombros toda la
República. No habiendo, pues, hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y
tranquilidad, menos mal es que no exista, que sufrir los estragos de su
disolución […]El Cielo tenga piedad de nosotros, y dé a Ud. salud, acierto, y
felicidad en el desempeño de su comisión; y a los dos, y demás amigos, iguales
goces, para defendernos, precavernos, y salvar a nuestros compatriotas de
tantos peligros como nos amenazan. Juan M. de Rosas, Dic de 1834.